lunes, 15 de junio de 2009

"SI DIOS EXISTE, LO VAMOS A MATAR". … PERDON, PERO ¿A CUÁL DIOS?...

Hace unos días los periódicos mostraron imágenes de un pizarrón, de una sala de clases, de un Liceo, en toma, en el que se leía "Si Dios existe, lo vamos a matar". La noticia escandalizó a los conservadores religiosos acusando a la educación de no poner orden en los jóvenes y extendiendo el hecho hacia las consecuencias que tendría la educación laica o secular; para otros fue una expresión que recordó a Nietzsche y su “Dios Ha Muerto” o al grito anarquista de “Sin Dios ni Amo”; unos pocos se lo tomaron como un grito de rebeldía juvenil. Los comentarios en blogs de diversos diarios exponen esas y otras visiones, según el diario, en los conservadores las páginas abundan, en lo más progresistas casi no es tema.

Sin embargo la pregunta que podríamos hacer es: ¿qué Dios quieren matar los jóvenes? ¿Será el de la tradición judeo-cristiana? ¿Será el de Jesucristo?

Creo honestamente que no. Si fuera así el Censo 2002 sería mentiroso. Los resultados obtenidos en él indican que el 70,0% de los habitantes de quince años o más se declaró católico; el 15,1% evangélico; el 4,4% se identificó con otra religión o credo, y el 8,3% dijo no tener religión, ser ateo o agnóstico. No creo que sea ese Dios al que se refieren como inmediatamente reaccionaron los conservadores.

¿Es culpa de las familias cristianas que no han educado a sus hijos en su fe? Pienso que tampoco, aunque pueda haber algo de ello, no es esa la razón principal.

Tampoco es la falta de educación religiosa, al fin y al cabo ese 90% que se definió con religión fue educado en contextos educacionales predominantemente laicos. La educación laica parece no eliminar la religiosidad, al menos como adscripción; las prácticas dependen más de las instituciones y el testimonio de sus miembros. No es ella la culpable.

¿Entonces qué Dios quieren matar los jóvenes?

Preguntémonos por el contexto en que se escribe: una toma cultural de un Liceo como medio de lucha por una educación pública más estatal.

En el sistema capitalista ¿cuál es el Dios presente? o ¿cuál es el papel de Dios en el Capitalismo? No vamos a hacer teología, no somos teólogos. Pero al comparar con los tiempos de Moisés la respuesta es el becerro de oro, es decir, el dinero. Este es el Dios del capitalismo, es el Dios en torno al cual se ordena la vida social hegemónica, incluso la de aquellos que creen en Dios de Cristo. Ese es el Dios que quizás quieren matar los jóvenes y por ello esa frase es más honestamente religiosa que aquellas defensoras de una fe que al final termina sirviendo al becerro de oro del sistema dominante.

La educación de la rebeldía juvenil, los graffitis, los movimientos juveniles, nos van mostrando una praxis estudiantil que nos educa a los adultos o … nos debe educar. Quizás tienen mucha razón y para vivir mejor es necesario matar ese Dios capitalista, el del dinero y resucitar el verdadero Dios de la educación: el de la formación valórica de la solidaridad, la cooperación, la ayuda mutua, la paz, la no discriminación, la justicia social, el desarrollo espiritual y de una vida sana, la resposabilidad compartida con los derechos humanos y el desarrollo de los territorios, el afecto profundo a la naturaleza y a nuestra corporalidad, el aprendizaje de calidad orientado al bien común a partir del ejercicio democrático de la ciudadanía.

No nos asustemos como educadores, al contrario, vamos adelante… tratemos de entender desde otras perspectivas lo que quizás nos quieran decir los jóvenes, como gritos de rebeldía y también de deseo de compañía; como crítica a nuestras comprensiones contrastadas con nuestras prácticas; como desafío a las voluntades individuales ante las hegemonías contrarias. Educadores y familias que dicen que educan y hasta hacen el esfuerzo, pero que se agotan en un sistema social y educacional que les frena en sus deseos de educar amorosamente, pues no pueden enfrentar al Dios que ordena las decisiones centrales en el sistema social en que vivimos. No reaccionemos conservadoramente ante lo que nos asusta, hagámoslo críticamente pensando en construir una nueva sociedad desde una nueva educación, con los jóvenes, junto a ellos, como educadores y adultos que queremos trasmitir lo mejor y más liberador de la memoria cultural humana y reconstruirla críticamente desde los nuevos escenarios, desafíos, deseos y sueños que impregnan el mundo que vivimos, que, al fin, compartimos jóvenes y adultos, educandos y educadores.